Antonio y su hija Carmen: dos generaciones enfermeras. |
Hace ya varias semanas que se han jubilado y no pasa un día sin
que en CUDECA, por uno u otro motivo, nombremos a uno, a otra, o a los dos.
Para los que no conocen a Antonio Garrón y a Isabel Lorenci les diré que son
dos perfectos representantes de la enfermería de trincheras, dos Enfermeras
Gestoras de Casos incombustibles, onminepresentes, que reúnen todas las
cualidades que cualquiera de los que hemos trabajado con ellos ya nos gustaría
para nos: la sabiduría que dan los años y la experiencia, la enorme vocación de
ayuda de la gente buena, una exquisitez en el cuidado digna de los mejores
profesionales, una pasión imperturbable, y un sinfín de rasgos de entre los que
sobresale uno, la HUMILDAD. Es la cualidad principal del que siendo grande, muy
grande, reconoce llegado el momento que aún queda tanto por aprender, tanto por
hacer… que a pesar de ser conscientes de los conocimientos y experiencias que
han ido atesorando con el paso de los años, se sienten aprendices de todo y de
todos.
Fue intercambiando impresiones con el doctor Jaime Ortiz en
el transcurso del Congreso Nacional de Cuidados Paliativos cuando comprobé
cuánta humildad puede atesorar alguien tan grande, tan valioso para la
comunidad como Don Jaime. “Al principio, llevábamos las ampollas de morfina en
el bolsillo, escondidas, como si fuéramos traficantes… Cuando inyectábamos
morfina a un paciente moribundo que sufría de fuertes dolores, le provocábamos
tal alivio y confort que veía a Dios”, me contaba, recordando los comienzos…
¡Qué grandeza!
Gente GRANDE, encomendada a los demás, siempre con la
palabra y el gesto oportuno, siempre cuidando del que sufre, nos muestra cuánta
humildad puede esconderse tras tanta
grandeza.
El vacío que nos deja Antonio (nadie como él portaba la
agenda, encajada bajo el brazo como si fuera un playmobil) e Isabel (la calidez
y la serenidad al otro lado del teléfono) permanecerá indefinidamente, como sus sonrisas, aunque de vez en
cuando nos lleguen noticias de que andan de acá para allá, disfrutando de su
jubilación, pero con un sentimiento contradictorio de añoranza por volver a las
trincheras, seguro. Sus pacientes ya le han buscado un rinconcito en sus
corazones para recordarlos siempre. Nosotros, también.
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