sábado, 25 de enero de 2014

Informar para que el paciente pueda decidir

Si hay un instrumento fundamental en nuestro día a día, ese es la comunicación. Importante en nuestro arsenal de recursos diarios, se antoja fundamental a la hora de informar al paciente o la familia, porque de nuestras habilidades de comunicación dependerá, en gran medida, la elaboración y el proceso de enfermedad del paciente y su familia, y sentará las bases de una buena relación terapéutica basada en la confianza y la autenticidad. Una relación profesional-paciente puede tardar mucho en forjarse y romperse en muy poco tiempo y en el peor momento posible; como cualquier relación humana.

A la hora de abordar estas situaciones, el profesional de la salud suele, en muchas ocasiones,  mostrarse inquieto y con miedos; no conviene olvidar que en los programas formativos que se desarrollaban en nuestra etapa de estudiantes, las habilidades de comunicación no ocupaban, precisamente, un lugar de privilegio en nuestros estudios universitarios. Por eso, ante la toma de decisiones del paciente terminal con respecto a la aceptación o no de una medida o un tratamiento determinado, el profesional se encuentra sometido a presiones de distinta índole a la hora de informar convenientemente:

- Los pacientes, sus familiares y la sociedad en general tiene nociones y conceptos erróneos sobre determinadas enfermedades, que muchas veces son producto de prejuicios, ideas preconcebidas o “mitos urbanos”; igual ocurre con algunos medicamentos usados en estos pacientes (la morfina, por ejemplo). Este tipo de ideas negativas sobre el proceso de enfermedad o sobre algunos tratamientos usados hacen difícil el poner al enfermo ante la realidad del diagnóstico.
- En muchas ocasiones, los familiares piden al médico que no le diga la verdad al paciente sobre su enfermedad, porque consideran que éste no esta preparado para recibir una noticia de esa magnitud; intentan así proteger al enfermo de una situación que consideran contraproducente para él.
- En otras ocasiones, las presiones parten del propio profesional, que no dispone de los conocimientos y recursos suficientes para abordar, no sólo el proceso de información, sino las consecuencias derivadas de la misma (realizar un adecuado abordaje psico-emocional del paciente, a fin de ayudarle a rebajar el estrés resultante del proceso de información).

El resultado, si el profesional “sucumbe” a las presiones, es la creación de un pacto entre familia, profesional y entorno social, a fin de proteger al paciente; además, este pacto sirve de mecanismo de defensa al profesional y a la familia, que tienen la excusa perfecta para no generar angustia (y, a su vez, no generar-SE).

No existen reglas fijas, puesto que la actitud del paciente ante su enfermedad y el conocimiento de la misma es único, encontrándonos así desde pacientes que exigen conocer en todo momento toda la verdad, hasta el detalle más insignificante y, en principio menos relevante, hasta los que no preguntan nada por temor a que le informen de algo que consideran que no podrían “digerir” o, simplemente, porque prefieren no enterarse del problema que padece. Entonces, ¿dónde están los límites del informar o del silenciar?
Ante lo delicado de la cuestión, pienso que, como dice B. Haring, no es fácil poner límites al deber de informar, sobre todo en aquellos casos en los que el bienestar psicológico del enfermo está en peligro. Sin embargo, la información debe prevalecer frente a la no-información, y partiendo de la base de que EL PACIENTE TIENE DERECHO A SABER SI QUIERE, también tiene derecho A NO SABER SI NO QUIERE. La información, en cualquier caso, debe responder a la demanda y en cantidad/calidad de información que pueda soportar, entendiendo la información COMO UN PROCESO y no como un acto, por lo que habrá que ir progresando paulatinamente según la respuesta del paciente, el tiempo de que se disponga y la gravedad del cuadro.

Los requisitos para una información veraz y adecuada, según el eminente doctor Jaime Sanz Ortiz (Oncólogo y jefe de servicio del hospital universitario Marqués de Valdecilla, de Santander) son:

- El interesado ha de expresar reiteradamente sus deseos de ser informado en su totalidad.
- El profesional ha de determinar por medio de entrevistas previas, el grado de información soportable por el paciente, así como su capacidad y los recursos para asimilarla.
- El equipo de salud asistencial debe garantizar el personal, los conocimientos, los recursos y la infraestructura adecuada que permitan acompañar al paciente hasta el final.
- La información a trasmitir tiene que ser estrictamente cierta.
- El paciente tiene derecho a no recibir información, si así es su deseo.


Comunicar la verdad no debe dilapidar la esperanza del enfermo, porque el enfermo procesará mejor la información y, en definitiva, se encontrará mejor si los profesionales que le acompañan responden a sus preguntas con sinceridad, comparten con él los detalles referentes a su diagnóstico y, sobre todo, le escuchan de una manera honesta y AUTENTICA.



BIBLIOGRAFÍA

-          Gómez Sancho M. Cómo dar las malas noticias en medicina. 3ªed. Madrid: Arán Ediciones, SL; 2006.

-          Villa López B. Miedos y presiones en el proceso de información. Nure Investigación. 2007; 34

-          Bermejo JC. Apuntes de relación de ayuda. Madrid: Ed. Centro de Humanización de la Salud de los Religiosos Camilos; 1996

-          Sanz Ortiz J. Decisiones en el final de la vida. Med Clin. Barcelona: 1997; 109: 457-459

-          Sanz Ortiz J. El factor humano en la relación clínica. El binomio razón emoción. Med.Clin. Barcelona: 2000; 114: 222-226



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