Si hay un instrumento fundamental
en nuestro día a día, ese es la comunicación. Importante en nuestro arsenal de
recursos diarios, se antoja fundamental a la hora de informar al paciente o la
familia, porque de nuestras habilidades de comunicación dependerá, en gran
medida, la elaboración y el proceso de enfermedad del paciente y su familia, y
sentará las bases de una buena relación terapéutica basada en la confianza y la
autenticidad. Una relación profesional-paciente puede tardar mucho en forjarse
y romperse en muy poco tiempo y en el peor momento posible; como cualquier
relación humana.
A la hora de abordar estas
situaciones, el profesional de la salud suele, en muchas ocasiones, mostrarse inquieto y con miedos; no conviene
olvidar que en los programas formativos que se desarrollaban en nuestra etapa
de estudiantes, las habilidades de comunicación no ocupaban, precisamente, un
lugar de privilegio en nuestros estudios universitarios. Por eso, ante la toma
de decisiones del paciente terminal con respecto a la aceptación o no de una
medida o un tratamiento determinado, el profesional se encuentra sometido a
presiones de distinta índole a la hora de informar convenientemente:
- Los pacientes, sus familiares y
la sociedad en general tiene nociones y conceptos erróneos sobre determinadas
enfermedades, que muchas veces son producto de prejuicios, ideas preconcebidas
o “mitos urbanos”; igual ocurre con algunos medicamentos usados en estos
pacientes (la morfina, por ejemplo). Este tipo de ideas negativas sobre el
proceso de enfermedad o sobre algunos tratamientos usados hacen difícil el
poner al enfermo ante la realidad del diagnóstico.
- En muchas ocasiones, los
familiares piden al médico que no le diga la verdad al paciente sobre su
enfermedad, porque consideran que éste no esta preparado para recibir una
noticia de esa magnitud; intentan así proteger al enfermo de una situación que
consideran contraproducente para él.
- En otras ocasiones, las
presiones parten del propio profesional, que no dispone de los conocimientos y
recursos suficientes para abordar, no sólo el proceso de información, sino las
consecuencias derivadas de la misma (realizar un adecuado abordaje psico-emocional
del paciente, a fin de ayudarle a rebajar el estrés resultante del proceso de
información).
El resultado, si el profesional
“sucumbe” a las presiones, es la creación de un pacto entre familia,
profesional y entorno social, a fin de proteger al paciente; además, este pacto
sirve de mecanismo de defensa al profesional y a la familia, que tienen la
excusa perfecta para no generar angustia (y, a su vez, no generar-SE).
No existen reglas fijas, puesto
que la actitud del paciente ante su enfermedad y el conocimiento de la misma es
único, encontrándonos así desde pacientes que exigen conocer en todo momento
toda la verdad, hasta el detalle más insignificante y, en principio menos
relevante, hasta los que no preguntan nada por temor a que le informen de algo
que consideran que no podrían “digerir” o, simplemente, porque prefieren no
enterarse del problema que padece. Entonces, ¿dónde están los límites del
informar o del silenciar?
Ante lo delicado de la cuestión,
pienso que, como dice B. Haring, no es fácil poner límites al deber de
informar, sobre todo en aquellos casos en los que el bienestar psicológico del
enfermo está en peligro. Sin embargo, la información debe prevalecer frente a
la no-información, y partiendo de la base de que EL PACIENTE TIENE DERECHO A
SABER SI QUIERE, también tiene derecho A NO SABER SI NO QUIERE. La información,
en cualquier caso, debe responder a la demanda y en cantidad/calidad de
información que pueda soportar, entendiendo la información COMO UN PROCESO y no
como un acto, por lo que habrá que ir progresando paulatinamente según la
respuesta del paciente, el tiempo de que se disponga y la gravedad del cuadro.
Los requisitos para una
información veraz y adecuada, según el eminente doctor Jaime Sanz Ortiz
(Oncólogo y jefe de servicio del hospital universitario Marqués de Valdecilla,
de Santander) son:
- El interesado ha de expresar
reiteradamente sus deseos de ser informado en su totalidad.
- El profesional ha de determinar
por medio de entrevistas previas, el grado de información soportable por el
paciente, así como su capacidad y los recursos para asimilarla.
- El equipo de salud asistencial debe
garantizar el personal, los conocimientos, los recursos y la infraestructura
adecuada que permitan acompañar al paciente hasta el final.
- La información a trasmitir tiene
que ser estrictamente cierta.
- El paciente tiene derecho a no
recibir información, si así es su deseo.
Comunicar la verdad no debe
dilapidar la esperanza del enfermo, porque el enfermo procesará mejor la
información y, en definitiva, se encontrará mejor si los profesionales que le
acompañan responden a sus preguntas con sinceridad, comparten con él los
detalles referentes a su diagnóstico y, sobre todo, le escuchan de una manera
honesta y AUTENTICA.
BIBLIOGRAFÍA
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