Hace unos días, José me ha dicho que quiere terminar ya, que
está cansado de estar aquí para nada y que no quiere seguir siendo una carga
para su familia. Quiere “liberar” a su mujer y a sus hijos y terminar de una
puñetera vez…, o de una puta vez, no recuerdo bien lo que ha dicho, pero bueno,
es igual, que está harto y no quiere seguir en este tren, que se quiere bajar…
o al menos eso dice, porque después se le pasa el momento de desesperación, se
calma y me pide perdón… ¿Perdón? ¿Por qué? Perdóname tú a mí por no ser más
útil para ti de lo que soy, por no poder hacer nada más que escucharte…
En pocos días no podré ni tan siquiera oirte, porque la ELA te va invalidando cada día un poco más: Casi no te mueves, casi no hablas, te alimentas gracias a la PEG y respiras gracias a la BIPAP, al aspirador y al Asistente para toser… En fin… Cuando hablamos, sin que me veas, miro de soslayo a María, súper María, tu María. Ella te oye atentamente, acude solícita a cualquier necesidad que tienes, aguanta con paciencia y sin perder un ápice de calidez en su sonrisa tus malas pulgas (que las tienes) y tus sacudidas de ira y de desesperación (que son legítimas y te pertenecen por derecho… ¡Faltaría más!), mirándote con una ternura tal que si se pudiera transformar en kilowatios, iluminaría una ciudad entera… Y finalmente, después de haber hablado durante un tiempo (no sé cuanto, he perdido totalmente la noción) te doy un torpe achuchón, beso a súper María y me voy, cansado, como si me hubiera pasado un autobús por encima y emocionalmente derrotado…
En pocos días no podré ni tan siquiera oirte, porque la ELA te va invalidando cada día un poco más: Casi no te mueves, casi no hablas, te alimentas gracias a la PEG y respiras gracias a la BIPAP, al aspirador y al Asistente para toser… En fin… Cuando hablamos, sin que me veas, miro de soslayo a María, súper María, tu María. Ella te oye atentamente, acude solícita a cualquier necesidad que tienes, aguanta con paciencia y sin perder un ápice de calidez en su sonrisa tus malas pulgas (que las tienes) y tus sacudidas de ira y de desesperación (que son legítimas y te pertenecen por derecho… ¡Faltaría más!), mirándote con una ternura tal que si se pudiera transformar en kilowatios, iluminaría una ciudad entera… Y finalmente, después de haber hablado durante un tiempo (no sé cuanto, he perdido totalmente la noción) te doy un torpe achuchón, beso a súper María y me voy, cansado, como si me hubiera pasado un autobús por encima y emocionalmente derrotado…
¿Cuál es el coste emocional? Los profesionales sanitarios estamos expuestos a un sinfín
de estresores, pero probablemente los que trabajamos en Cuidados Paliativos y
hacemos frente diariamente al sufrimiento del paciente y de su familia,
preparándolos (y preparándonos) para afrontar el final de los días, nos llevamos
la palma.
Hoy he leído algunos artículos sobre el “Desgaste por Empatía”
o la “Fatiga por Compasión” si hacemos una traducción más literal del termino
inglés “Compassion Fatigue”. Este término, acuñado por Charles Figley en
1995, viene definido por “las conductas y emociones naturales que surgen a
partir de conocer un evento traumático experimentado por otra persona
significativa, el stress resultante de ayudar o desear ayudar a una persona
traumatizada”. Aquí, “Compassion” se refiere al sentimiento de profunda empatía
y pena por el que está sufriendo, y al deseo de aliviar y resolver las causas.
Hay un coste alto en cuidar. Es evidente. Y este coste puede
alterar y deteriorar nuestra esfera socio-familiar y laboral. ¿Cómo lucho
contra ésto? Vaciando la mochila. Si, esa mochila que vamos llenando de lastre
emocional, de pesados residuos que se van acumulado a lo largo de la semana y
que el viernes es enorme y extraordinariamente pesada tiene que ser vaciada, para que al lunes siguiente esté en condiciones óptimas de ser llenada de
nuevo. ¿Y cómo la vacío? CuidandoNOS, potenciando las emociones positivas y
conectando con nosotros mismos para así experimentar la enorme satisfacción que
supone trabajar para ayudar. Así los residuos a cargar en la mochila serán
menos pesados y, llegado el viernes, terminaremos de vaciar la mochila gozando
de nuestro tiempo de ocio con la gente que queremos.
Hoy me he despedido de Pepa y Jorge, que perdieron a su madre hace dos semanas y que se han sentido "guiados y acompañados" por nosotros. Tanta serenidad he percibido en sus caras y tanta sinceridad en sus palabras de agradecimiento como calidez en sus abrazos. Las sensaciones que hoy experimento pesan mucho más que los momentos de desgaste, porque hoy me siento útil y adoro lo que hago, sereno, en paz
conmigo y, sobre todo, con el convencimiento de que crezco y maduro día a día
con esta tarea y con la sensación de que mi vida está cargada de sentido. HAGO
LO QUE AMO PORQUE AMO LO QUE HAGO.
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