Dos cosas les pido a los que se disponen a leer este post:
la primera, que me perdonen por romper la línea habitual de este blog utilizando
este espacio para responder a un artículo de opinión (entiendan que cada uno utiliza los recursos de que dispone); la segunda, necesaria para entender los porqués, que lean con
detenimiento el artículo en cuestión antes de continuar, pulsando en el
siguiente enlace,
así como la respuesta posterior de Juan Antonio Astorga,
presidente del Colegio de Enfermería de Málaga:
¿Ya? ¿Lo han leído todo? ¿Qué les parece? Difícil de
digerir, ¿verdad?
Yo estoy con “disfagia cerebral” desde que la carta de este señor llegó casualmente a mis manos y, a pesar de haberla leído un par de
veces, no sé que me ha molestado más: si la retahíla de descalificaciones e
improperios que esta mala copia de Pérez Reverte (se autodefine como “médico y
escritor”) ha vertido sobre la profesión (con perlas del tipo “Señores con
gesto avinagrado siempre dispuestos a agujerearnos el trasero con saña. Eran
los practicantes, que no se sabe exactamente qué practicaban, pero no desde
luego la virtud de la clemencia ni nada parecido”, “Perforaglúteos” o “Los
ateeses, o como quiera que se les bautizara, a lo que siempre han aspirado en
lo más escondido de su alma es a igualarse al médico”), la actitud prepotente,
clasista, desdeñosa y despótica que se esconde en todos sus intentos de
chascarrillo populachero, o que haya olvidado a “la enfermera de guerra” (¡Sí, la enfermerA! No ha nombrado al sexo femenino ni una sóla vez, a pesar de que, sin ella, la enfermería como tal jamás habría existido) al
antiguo practicante de pueblo con dedicación 24 horas, o al enfermero-guía de
mires y recienterminados, por poner algunos ejemplos. Sí he podido comprobar,
sin embargo, cierta frustración y complejos en su discurso, sobre todo cuando
habla del “especialista de la capital” o de la “brillantez de la cirugía y el
relumbrón de las complicadas operaciones” en alusión, creo, a lo que hubiera
deseado para sí y no pudo conseguir.
La respuesta rápida, tremendamente respetuosa y
suficientemente completa y contundente de Juan Antonio Astorga, me lleva a no
decir mucho más de lo dicho con respecto a la carta, aunque sí quisiera
resaltar a modo de reflexión final:
- Mi profundo respeto a una de las profesiones más antiguas,
honorables y necesarias, y madre de todas las ciencias de la salud, la Medicina,
y a todos los que un día decidieron decantarse por tan noble oficio, entre
otros mi esposa y algunos de mis amigos y compañeros con los que comparto el
día a día.
- Varios frentes abiertos tiene la enfermería actualmente
(Diplomados / Graduados, la crisis de la Organización Colegial de Enfermería,…),
y la aparición de este tipo de artículos hace que llueva sobre mojado; si el
autor no ha calibrado bien el alcance de sus palabras, es de humanos
equivocarse; en caso contrario, se retrata sólo.
- Creo que quedan pocos “don Juan”. Más que creer,
espero. Llevamos ya algunas décadas evolucionando, no sólo a nivel profesional,
sino también desde el punto de vista interrelacional: ahora vivimos en la era
de la interdisciplinariedad, del trabajo en equipo, donde grupo de profesionales
con competencias diferenciadas intentan alcanzar objetivos comunes de forma
interactiva, liderados por el médico, pero con el “consenso interno” como modus
operandi (no lo digo yo, lo dice Javier Barbero en su artículo “Diez cuestiones inquietantes en cuidados paliativos”).
- Querido "don Juan": los tiempos han cambiado y la enfermería con ellos, aunque usted siga actuando como hace 40 años. Ahora usted lidera su equipo, asume sus responsabilidades y desarrolla sus competencias como yo asumo y desarrollo las mías propias dentro del equipo al que pertenezco, pero ya no somos "mayordomos asisenciales" ni “ayudantes” de
nadie, aunque la inercia histórica, en ocasiones, pueda confundirnos a unos y a
otros.
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