Se nos fue hace tres días, dormidita y abrazada a su madre. El
movimiento acompasadamente acelerado de su pequeño tórax nos había obligado a
administrarle algo, que la alivió casi de inmediato. Entonces preguntó por papá y nos sonreímos, porque su padre solía comentar entre divertido y
secretamente apenado que la pequeña sólo demandaba a su mamá: “Estoy aquí,
cariño”, se limitó a responder sonriendo con tristeza. Entonces pidió retirarse
a dormir con mamá y se quedó plácidamente dormida, acurrucadita en los brazos
de su madre. Tranquila. En paz.
La semana ha sido dura. Creo que ha sido la semana en la que
he abrazado y besado más a mis hijos (a pesar de que soy bastante pegajoso con
ellos). Hemos repasado una y otra vez la historia de nuestra pequeña princesa y
hemos concluido que todo ha ido bien. Sus padres, compañeros de un largo camino
recorrido, nosotros, que nos sumamos en la recta final de la travesía para
acompañarlos, Javier, Claudia, Isabel y por supuesto ella, nuestro ángel
precioso, establecimos en su momento una hoja de ruta que hemos podido seguir hasta
el final y que, aunque con escalas puntuales en el hospital, ha finalizado en
el hogar, en su coqueto rinconcito poblado de peluches y juguetes.
Todo ha ido bien. Como ella quería. Como sus padres querían. Como estaba previsto. Repaso de nuevo el proceso y me siento bien; sin embargo, me descubro bebiéndome mis lágrimas.
Todo ha ido bien. Como ella quería. Como sus padres querían. Como estaba previsto. Repaso de nuevo el proceso y me siento bien; sin embargo, me descubro bebiéndome mis lágrimas.
A veces me invade un deseo irrefrenable de dejar de atender
a los pequeños y dedicarme sólo a los adultos. Creo que es lícito “flaquear”,
replantearte “cosas”, sobre todo cuando tienes hijos. Rememoro aquel día en el
que Rafa y Chus pidieron voluntarios para, junto a Mariángeles, comenzar a
atender a los más pequeños y me estremezco viéndome a mí y a Gloria alzar la mano: “podías haberte
quedado quieto”, me digo, pero no lo hice. Ninguno de los tres lo hicimos. Afortunadamente.
Hoy ha llamado su mamá y ha hablado con Gloria. Nos ha
dedicado palabras preciosas, llenas de cariño y gratitud, agradeciéndonos a los
tres nuestros cuidados y nuestra ayuda, nuestro acompañamiento y nuestra
presencia. No repetiré sus palabras, pero ha finalizado su emotiva llamada de
agradecimiento rogándonos que nunca dejemos de hacer lo que hacemos. Quédate tranquila, que aquí seguimos.
¡Que bonito! ¡Cuanta emoción y amor por el trabajo bien hecho! Se me ha quedado un nudo en el estómago pero me ha dado un empujón de fuerza y determinación para enfrentarme a los problemas con los que lidiamos a diario con los niños enfermos. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Gloria! Agradezco muchísimo tu aportación, especialmente por venir de alguien como tú, con tu bagaje, tratando a diario con peques en el hospital y desde una posición de enorme responsabilidad como la tuya. Un beso grande!
ResponderEliminarQué lindo que hayan estado ahí para acompañar a esa princesa y a su familia; y me alegro de saber, que ha podido partir en su "rinconcito de peluches" de su querido hogar. Abrazos al equipo!
ResponderEliminarGracias Patricia! Abrazos para tí!
ResponderEliminarEnhorabuena José Luis...lo bonito es flaquear y darse cuenta q antepones los deseos de los padres a nuestros miedos. Son ellos los q a fin de cuentas pierden al hijo. Además está situación es lo antinatural (se van los hijos antes q los padres). Empatía. Yo,siempre pienso... dios quiera q no me pase ni a mí ni a los míos, ni a nadie de mi familia ni conocidos; pero si ha de pasar, espero q a los pies de la cama encuentre gente como los q trabajamos en cuidar y acompañar en estos momentos tan intensos, únicos e irrepetibles.
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ResponderEliminarGracias Rafael, suscribo cada una de tus palabras. También pienso en qué pasaría si me tocara a mí y me consuelo sabiendo que" a los pies de la cama", como bien dices, encontraría a gente "con alma". Un fuerte abrazo.